Como bien decía en su día el amigo mostachudo Friedrich Nietzsche con su eterno retorno, filosofía que más tarde adaptó a su obra Azorín con su famosa sentencia "vivir es ver volver", en la Historia, como en la vida, siempre hay cosas que pasan, y pasados un número de años determinado, por diferentes razones, se vuelven a repetir. Ya saben, el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, la Historia se repite y demás frases por el estilo muestran una idea bastante clara de lo que quiero decir.
Hoy trataré concretamente un tema de actualidad, que no es otro que el colapso del sistema político que se ha producido en España. El sistema democrático se gestó tras la muerte de Franco con la Constitución de 1978, cuya aprobación fue sometida a Referéndum popular. Es cierto, desde que se sentó en la Presidencia del Gobierno el centrista Manuel Suárez de UCD, con el que se logró una correcta Transición, España ha alcanzado el Estado de Bienestar, ha mejorado desde entonces las prestaciones de la Seguridad Social, la Educación y demás servicio para los ciudadanos, pero la burbuja inmobiliaria, sumada a la crisis global tanto en Europa como en el mundo ha sacado las vergüenzas del sistema electoral. Una clase política, elitista, en la que da igual rojos que azules, gaviotas que puños y rosas, porque aquí el ciudadano solo vota a PP o PSOE mayoritariamente.
Actualmente, con el sistema electoral que tenemos, favorecedor de votar a los partidos mayoritarios en vez de igualar en importancia el votar a los dos tiranosaurios de turno que al partido del condemor del pueblo, votar a otro que no sea Rajoy o Rubalcaba es, prácticamente, tirar el voto a la basura. Este sistema autoperpetuista recuerda inevitablemente a algo parecido, por no decir muy similar, que vivieron nuestros antepasados en el último cuarto del siglo XIX: estoy hablando de la Restauración de la Monarquía Borbónica y del sistema bipartidista que ésta trajo consigo.
Tras la Revolución del 68 el esperpento se disparó en España. Hasta entonces, tras la muerte de Fernando VII y la derrota de su hermano Carlos en la Primera Guerra Carlista, el Absolutismo, una práctica habitual desde el siglo XVI, cayó definitivamente tras varias tentativas previas. Por fin el monarca de turno no podía dirigir los designios de cada hijo de vecino a su antojo y parecer. Sin embargo durante el reinado de Isabel II había un sistema en el que gobernaba siempre el Partido Conservador, salvo en breves períodos en los que los miembros del Partido Liberal accedían al poder por la fuerza. Esta situación se hizo insostenible, tanto para un bando como para otro y el ejército terminó expulsando a Isabel del país.
Una vez la reina estuvo de patitas en la calle, se inició el período conocido como Sexenio Democrático, en el que ningún gobierno terminó de cuajar. Amadeo de Saboya, un rey traído por encargo, acabó abdicando tras sentirse más solo que la una: cosas de la nobleza española. Si por tus venas no corre la sangre del Cid Campeador o de Don Pelayo, adiós muy buenas tenga usted. Tras esta penosa situación, el país quedó huérfano de monarca, por lo que se instauró la Primera República, un desastre gubernamental de los que pocos haya contemplado la Historia. Cuatro presidentes en 11 meses y una revolución cantonal como broche de fin de fiesta fue el prometedor bagaje de este improvisado primer acercamiento que tuvimos a un sistema que "pasaba" de las sangres azules.
Ante el caos imperante los carlistas, que se presentaron a las elecciones y no consiguieron nada de nada, aprovecharon la situación y se sublevaron. Con el desastre que se avecinaba, Cánovas del Castillo intervino, obteniendo la abdicación de la reina Isabel en su hijo Alfonso y publicitó a éste mediante el Manifiesto de Sandhurst, con el que ensalzaba las virtudes del susodicho Alfonso y de la monarquía, un sistema que con la situación que había, traería paz y estabilidad a España. Esto le vino a la clase política como agua de mayo, y tras aceptar como nuevo monarca al que sería Alfonso XII, se dieron los pasos pertinentes para la promulgación de la Constitución de 1876, con la que vino el período conocido como Restauración Borbónica.
Cánovas y Sagasta turnándose amistosamente el poder. |
El señor Cánovas del Castillo era un enamorado del sistema político que había en Inglaterra, la Monarquía Constitucional Parlamentaria, basada en la existencia de dos grandes partidos, liberal y conservador, que se iban turnando en el poder tras unos pocos años en el gobierno, a fin de no saturar el sistema con la presencia durante demasiados años en el poder de un sólo partido. Así, se inició felizmente un sistema muy deseado por la clase política, necesitada de tiempos de estabilidad tras un siglo muy convulso.
En su aplicación en España, el bipartidismo que se estableció entre liberales y conservadores se denominó turnismo. Ambos partidos coincidían ideológicamente en aspectos fundamentales, de manera que las reformas que se proponían no eran muy radicales que se diga, y en aspectos más irrelevantes adoptaban actitudes contrarias, pero más que por convencimiento, representando un papel consensuadamente. Así, ambos defendían la Monarquía, la propiedad privada y el sistema en general.
El partido conservador, cuyo líder indiscutible era el padrino del sistema, Cánovas del Castillo, y aglutinaba en sus filas a los sectores más tradicionalistas de la sociedad (excepto carlistas y radicales por el estilo). En general se mostraban más favoritarios al inmovilismo político, la defensa de la Iglesia y del orden social establecido. Por su parte, el partido liberal, dirigido por Práxedes Mateo Sagasta, estaba formado por la burguesía progresista de la época, con leves inclinaciones a un reformismo más laico y social. Estos dos partidos no tenían nada que ver en organización con los partidos políticos de masas que imperan en la actualidad: eran los llamados partidos de notables, es decir, los miembros eran una élite sociocultural que se consideraba estaba capacitada para dirigir a la plebe, algo así como el gremio de los canteros, pero sin base secreta.
Una vez definidos los jugadores del turnismo, vamos a hablar un poco de cómo se llevó a la práctica. La principal garantía de que un partido se cambiase por otro era que el sistema electoral invertía los términos generales de un sistema parlamentario, pues en estos lo normal es que los procesos vengan de unas elecciones ya establecidas, o por la anticipación de las mismas por parte del partido que gobierna. En el turnismo, sin embargo, era el rey el que mandaba al jefe de la oposición a formar gobierno cuando el partido gobernante perdía el apoyo de las Cortes. Entonces se convocaban elecciones (el sufragio fue hasta 1890 censitario masculino) con las que conseguir que un partido obtuviese una mayoría suficiente para gobernar con estabilidad. Claro, que de esto no se ocupaba el voto del ciudadano, sino unas simpáticas prácticas maquiavélicas como fueron el caciquismo y el pucherazo, ambas íntimamente relacionadas.
En España había un entramado de caciques, unos señores que controlaban redes rurales, bien condes, alcaldes o gobernadores de la zona, que abusaban de su poder y no dudaban en extorsionar a la población local o amenazarles con dejarles sin trabajo, para conseguir que votasen al candidato que ellos querían. Estos señores se convirtieron así en la cara del sistema turnista, pues para cada cambio que se produjera eran parte activa del mismo, obedeciendo fielmente a los políticos de turno, a cambio de jugosos favores políticos o económicos, por supuesto. La labor caciquista era complementada, además, por todo tipo de trucos y tretas electorales, como fueron el pucherazo, que básicamente consistía en falsear el censo electoral, impidiendo que los vivos votasen y haciendo que los muertos recuperasen la capacidad de hacerlo, como por arte de magia.
En definitiva, era un sistema corrupto hasta la médula, y consciente de ello, se autoperpetuaba conforme pasaban los años. En 1885 falleció el rey Alfonso XII, y justo antes de su muerte, los líderes conservador y liberal, firmaron el Pacto de el Pardo, con el que se comprometían a no hacer leyes muy radicales, en pos de que el sucesor no se viese obligado a derogarla. Es decir, más leña al fuego del turnismo. España durante esos años vivió unos preciados años de relativa paz y tranquilidad, pero el sistema empezó a tambalearse con la muerte de los dos principales pilares que lo sostenían. Cánovas murió en 1897, y Sagasta en 1903, dejando huérfano a un sistema que poco a poco iba desgastándose. Y es que durante estos años tuvo lugar el Desastre del 98, la pérdida de Cuba tras la derrota contra EEUU, y la consiguiente crisis que esto desató. La gente pedía a gritos que se reformase el sistema, que en apenas 20 años había llegado al límite, incluso varios presidentes del Gobierno fueron asesinados por pistoleros en las calles (entre ellos el propio Cánovas). La prueba clara de que no había solución fue la Semana Trágica de Barcelona, un dramático intento revolucionario de gente harta de los ninguneos del sistema.
Así, nos trasladamos en la actualidad, en la que, salvando las distancias, tenemos una situación un tanto similar. Un bipartidismo que presume de sus defectos, y a pesar de que nos hemos llevado un buen palo en lo económico, vamos a seguir votando a los mismos de siempre, porque no hay otra. Sin embargo, aquí ha pasado ( o está en proceso el asunto) algo que en la Restauración no ocurrió. Uno de los partidos mayoritarios, el histórico PSOE, está atravesando una fuerte depresión, tanto que Rajoy va a poder gobernar todo lo que quiera y más, a pesar de sus mentiras y fechorías, pues, pensará el hastiado votante español, Rubalcaba ha mentido tanto o incluso más que él. Qué más da. Yo ante eso les insto a que voten minorías o, si bien estos no les convencen, que se jodan (como dijo una señorita muy educada en el Parlamento hace no demasiado) todos los partidos y voten nulo, pues parece que es lo único que merece la pena ser oído en este país.
Almaciguero Mayor.
muy bueno, estoy totalmente de acuerdo. Hace no mucho, se lo comenté a alguien (no me acuerdo quién), que estamos experimentando un "déjà vu".
ResponderEliminarSi es que ya lo decía Churchil: "La democracia es el peor de los sistemas, siempre que sea el único que exista", una gran verdad, pero no sé hasta qué punto.
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