viernes, 1 de febrero de 2013

El modelo económico de la ciencia

El conocimiento debe ser libre. Foto realizada por 40_thieves.


Los que busquéis artículos científicos para vuestros trabajos, estaréis acostumbrados a la malvada imagen siguiente:


Tal vez os hayáis preguntado por qué una revista puede permitirse el lujo de cobrar casi 42 dólares por un único artículo o cómo se lo pueden permitir los investigadores para conseguir los recursos que desean. La misión de esta entrada es aclarar cuál es el modelo económico de las editoriales científicas y por qué éstas asfixian los presupuestos investigadores. Para ello partimos de la descripción de los tres actores principales en la industria de las publicaciones científicas y cual es el papel que interpretan:
  1. Los académicos de facultad, es decir aquellas personas que escriben los artículos y los revisan antes de que se lleve a cabo la publicación.
  2. La empresa editorial encargada de decidir qué artículos son permitidos en la revista, así como de su distribución al resto de la comunidad científica.
  3. Las universidades encargadas de la compra de las revistas publicadas por las editoriales. Por lo general, estas compras suelen realizarse a través de las bibliotecas del propio centro. Este es el principal motivo por el cual ningún investigador paga 42$. En teoría, su biblioteca debe tener acceso al artículo como parte de una colección más general.
Básicamente, la empresa editorial actúa como intermediario, marcando los precios por aquello que los autores realizan de manera gratuita, financiados por las universidades. Para publicar en una revista no basta con enviar el artículo, sino que debe pasar por un proceso de revisión, el cual es realizado por otros investigadores especialistas en el tema. Es importante reiterar que, por lo general, tanto los revisores como los investigadores no son financiados por las editoriales.

Aunque en principio se aprecia un ciclo, éste no tiene por qué ser necesariamente dañino. Está claro que los investigadores necesitan artículos para poder publicar nuevos artículos, ya que la ciencia es una serie de aproximaciones sucesivas y casi nadie parte de cero. Es lógico también que la universidad financie la adquisición de este material, puesto que una de sus labores  es la de promover la investigación y la transferencia de resultados a la sociedad. Y por supuesto, el intermediario algún pellizco debe llevarse, puesto que está añadiendo valor a las publicaciones mediante una criba y recopilación de los mejores artículos en el tema del que trata la revista.

El párrafo anterior aporta una visión ingenua de la realidad. Dedicaremos a complicar esta realidad durante el resto de la entrada. Como comienzo, veamos cuales son  los dos motivos principales por los que un investigador escribe artículos y los pone a disposición de la comunidad científica.
  1. Las normas de la profesión animan a que los miembros de las facultades participen en este proceso de generación y diseminación de nuevo conocimiento.
  2. El proceso de promoción en el escalafón profesional académico valora enormemente la producción científica del individuo, por lo que para conseguir una plaza fija es imprescindible producir artículos de calidad.
Determinar si un artículo es de calidad o no es la raíz del problema. Todo es debido a que un artículo es de calidad cuando ha sido publicado en una revista con un determinado índice de impacto. Aunque queda fuera del ámbito de esta entrada discutir si es justo o no, basta con saber que emplea el número de citaciones que cada  artículo tiene por parte de otros artículos. Si un artículo recibe muchas citas de otros artículos se asume que es bueno y viceversa. Las revistas con muchos artículos citados tendrán, por lo tanto, un mayor índice de impacto.

El problema es que para publicar en una revista de calidad es necesario haber leído también artículos de calidad, para poder comprender el contexto en el que la nueva investigación se lleva a cabo. Esos artículos se encuentran disponibles en revistas de alto índice de impacto, las cuales se encuentran en manos de las tres grandes editoriales: Elsevier, Springer-Kluwer y Wiley-Blackwell, dueñas del 42% de las publicaciones científicas del mundo. Por ello tienen total libertad para determinar el precio de los artículos y no dudan en tener un margen de beneficios bastante amplio. En concreto, el segmento de Elsevier que se dedica a las publicaciones de ciencia y medicina posee unos márgenes de beneficio en el año 2000, del 36%, cuando la mayoría del trabajo de revisión de los artículos los realizan otros investigadores que, por lo general, no reciben remuneración económica.

Esta situación se debe a que la demanda de publicaciones científicas no es elástica, es decir, todo el mundo que necesita artículos científicos ya los compra, y poco importa el precio al que esté: lo necesitan y punto. Esta situación es fruto de los motivos anteriores, es decir, la presión por la promoción obliga a que se adquieran artículos, que a su vez deben ser de calidad, por lo que las grandes editoriales que controlan esas publicaciones pueden hacer lo que quieran, tanto con los productores (recordemos que es el investigador el que produce) como con los consumidores, que curiosamente forman parte de la misma institución: la universidad.

Mi opinión, si bien creo que es importante el prestigio que aporta una revista, es que debe favorecerse la distribución de artículos por otros canales. Si bien es posible encontrar artículos de calidad en webs como arxiv.org, no hay de todas las ramas del saber y en algunos casos la distribución por este canal se ve limitada a que el propio artículo no haya visto la luz en ningún otro formato, es decir, que sea inédito, por lo que no puede publicarse simultáneamente en revista y en la web. La solución sería establecer un sistema de evaluación de artículos externo a las revistas y que empleara como medio de publicación la web. Los medios están disponibles y la propia arxiv.org ya plantea un sistema similar pero, ¿quién será el valiente en destronar a las grandes editoriales?


Referencias:

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