domingo, 31 de marzo de 2013

Jacques Brel, el marinero rumbo a las putas de Amsterdam


Una conversación con nombre me dijo que ser objetivo es un objetivo que ansían algunos subjetivos, y yo que pienso que la subjetividad es un privilegio mal usado intentaré escribir sobre algo que a golpe de pálpito diastólico me ha desgarrado desde hace años.

Uno busca en un músico buenas letras, buenas composiciones, quizá un bonito físico; otros murieron jóvenes, pertenecieron a un cruel grupo, fruto de la pura serendipia y la maldita necesidad de organizar y buscar etiquetas para todo. En definitiva sean cuales sean las características todo músico tiene algo que lo demarca del resto, una destreza de la que el resto carece, que no sabe imitar, o simplemente nació XXI y su estigma es la "desentimentalización" de la música contemporánea.

Jacques Brel tuvo su propio grupo, fue un magnífico compositor y mejor intérprete, actor, director de cine y feo. Abanderado de aquello que llaman "chanson française"(canción francesa) con el permiso de Brassens, de Piaf, de Moustaki, de Ferré e incluso de Debussy, aunque eso queda más lejos. Fue lo que podría saberse un trovador, pero sin hablar en occitano ni delegar los recitales en otros. Francés bastardo y belga descreído, anti-flamenco de los que hablan la lengua romance y no de los que se callan sin acabar las palabras. Criado acá y nacido allá, pocas veces cantó en su idioma natal y muchas las que enseñó a los francófonos a pronunciar esa letra hipnótica que arrastra a cualquier humano con un rugido a la cama de la francesa que así lo disponga.

Jacques Brel tenía una voz infartada que se adaptaba a cualquier lírica que de sí mismo saliera. No sudaba, sangraba por los poros dilatados por las atronantes palpitaciones de su corazón. De mirada triste, a veces indiferente, pero siempre efusiva, acaso adquirida en sus años de mancebo, cuando escribía canciones profundamente poéticas en reuniones de amigos, acaso bebiendo la tristeza de los burdeles bruselenses. Como cualquier belga que quiera triunfar descendió hacia París para hacer carrera, y esta ciudad le dio cobijo en la bohemia, procurándose un sustento unas veces como profesor de guitarra otras actuando en salones privados. Y entre los aplausos de la baja burguesía y aún con el humo del tabaco a flor de piel alcanza su primera gloria grabando su primer LP, pero sin el aliento de su familia.

Un falso "Abad" (bautizado así por Brassens), nada de párroco tuvo un hombre que para triunfar abandonó una vida burguesa, a su mujer y a sus tres hijas, aunque como todo hombre que aspira a prosperar años más tarde los reunió con él.
<< La paternidad no existe.>> (Jacques Brel)
Fue en ese 57 en el que Brel alcanza su primer gran éxito Quand on n'a que l'amour y es catapultado a la fama llegando al templo de los grandes artistas de la chanson y de los más espléndidos forasteros, el Olympia, que como bien dijo Jesús Nieto es como en Madrid el Real, pero con olor a queso y eructos de Bourdeaux.
<< Un hombre no debería cantar cosas así.>> (Edith Piaf)
Es difícil hablar de una discografía pues las publicaciones se hicieron aquí y allá de distinto modo pudiendo encontrar las mismas canciones repetidas en varios de los discos que tiene. Y si se hace imposible saber que canciones pertenecen a que disco, no lo hace acertar el título de la siguiente canción, esa que habla de un amor sumiso con acongojante franqueza, con la lástima de quien le oye llorar con la voz, y así, en un primer plano, fulmina a los flojos de corazón:

¿Lo ven? ¿Sabe ya el lector cual fue la grandeza de Jacques Brel? ¿Aquella que nadie ha conseguido arrebatarle? No se lo digo yo, se lo dice él con cada brizna de sudor que le llega al espectador puesta en vuelo por las contracciones espasmódicas, el vigor de sentir lo que se canta, ese puñetero satori que alcanzan los feos de espíritu, esa completa iluminación que arroba a Brel. Su grandeza no fue pues otra que la vehemencia con la que interpretaba cada una de sus canciones. Sobre el tablao' lloraba como una virgen española, ayudado por lo que ya se volvió sacrílego, el humo alquitranado. 

Brel actuó y dirigió películas, y en el pleno apogeo de su éxito se exilió de su vida a la Polinesia para navegar en su barco. Tan solo volvió en 1977 para grabar el que sería su último disco. En 1978 muere de un cáncer de pulmón, quizá provocado por la angustia vital que era su sino.

Aunque su fuerte fue el amor y la pena, tuvo un lugar para el humor, de donde surgió esta canción con una interpretación exquisita dadas sus dotes dramáticas:

Les Bonbons


Y ahora la muerte, siguiendo su línea jocosa canta como un moribundo a las personas que deja en tierra, amigos, enemigos, de ideas contrarias y a su mujer, y lo hace desde la impasibilidad de la muerte, un momento que considera la pena de la ida y el deseo de la felicidad a los que viven, en detrimento del muerto sí, pero el muerto al hoyo y que canten, bailen y rían mientras lo entierran, y que nadie se atormente por el pecado en vida del que ya marcha:


Le Moribond


Brel escribía a nombres, a historias reales, afrontaba problemas palpables llevados a la máxima expresión de lo visceral, hablaba con honestidad de la vida y cuando llegaba a ese punto te zarandeaba. Lo sencillo no es siempre lo peor aunque en la música sea una máxima asumida como inevitable; y el valiente que enrevesa muchas veces no se da cuenta de que es inútil cuando no se tiene nada que contar. Y aunque diga que su lírica fue sencilla nunca la vistió de ripio y fue también grande en la metáfora. 

Pero llegamos a la faceta crítica. Un hombre venido de la burguesía carga ahora contra ella diciendo "Los burgueses son como los cerdos, cuanto más viejos más tontos":


Les Bourgeois




Y Brel vuelve al Olympia en el 64. Aquí ocurre algo que será recordado por los presentes el resto de sus vidas y por los que han podido ver sus grabaciones, incluso, diré, por los que no lo conocían hasta ese momento, por los que no conocían Amsterdam y por quienes años más tarde han clavado sus agujas en aquel LP. Comienza con su brazo derecho en postura shakesperiana, mismo traje de sus actuaciones, se planta ante el público, una luz sobre el cogote lo ilumina, a él y solo a él, frente al micrófono piensa en por qué hará lo que va a hacer, cantar una canción que no le gustaba, una canción con vulgarismos, ausente de estribillo, y sin decir nada arranca con Amsterdam. Una pronta serenidad que no vaticina el resto. Brel poco a poco empieza a hacer su espectáculo, ese énfasis somero que los grandes artistas controlan. Al minuto sus brazos se mueven como se mecen las olas del lánguido océano que choca contra el puerto. Pronto empieza a sudar como las putas del puerto de Amsterdam de las que habla, y llora como mean los marineros sobre las mujeres infieles

2.000 personas asisten a aquel concierto, 1 millón más lo escuchan a través de sus transistores. En 1964 los conciertos aún tenían personalidad y Jacques Brel más. Aquel belga proscrito había triunfado, era un icono en Francia, un héroe, pero un artista al fin y al cabo, sujeto a ese contrato con el público que le sujeta al sufrimiento para el regocijo del público. Los conciertos a penas duraban 1 hora por lo que las canciones se solapaban de una a otra sobre los aplausos. En Amsterdam del 64 duraron 3 minutos, su acordeonista intentó tres veces empezar la segunda canción, pero no pudo. En el disco se conservan tan solo 15 segundos. 

Decía: "amo el amor demasiado como para amar a una mujer" aunque podría haber dicho "amo demasiado la música como para amar al público". Y Brel jamás concedió un bis. Le parecía una "demagogia de juglar". 

Salvo una vez. Lo recuerda su acordeonista. Fue una noche en la que sin previo aviso retornó al escenario, y allí volvió a cantar Amsterdam, aquella canción que jamás grabó en estudio, aquella canción que jamás le hubo gustado. 

Llego al final para traeros esto, una interpretación que fulge por sí misma, con un foco, un micrófono y un verdadero artista.

Amsterdam en el Olympia




Otra versión con mejores subtítulos aquí.

- Todas estas canciones y más en nuestra lista de Spotify Jacques Brel - (Mente Enjambre)


Por Conde Chócula (Aresti)

3 comentarios:

  1. Me pasé la noche de un sábado escuchando a Brel en la cocina, me quedé sentada por horas yendo de canción en canción simplemente fascinada. Creo que acabé llorando porque no sabía por donde dejar salir toda esa cosa, o energía, esa pasión vaya, que me había transmitido. No podía escribir, no tenía palabras, y tampoco había nadie en casa para compartirlo, pues ya ves, era un sábado en la noche. Me acosté con los pelos de punta (como me los ha puesto leer esto) y sin poder dormir tratando de explicarme cómo hacía Jacques Brel para expresar tanto y tan real, vivir así la música. En fin, ¿cómo lo hace? Y bueno, también aprendí francés.
    Me ha encantado.

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    Respuestas
    1. Este hombre sencillamente no fue de este mundo y si eso te pasó es que tenías los oídos bien limpios y la cabeza bien abierta. No hay cantante/compositor que transmita tanto como este señor, no al menos que yo haya conocido.

      Me alegro de que te haya encantado ;)

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  2. Ahora entiendo el anuncio ese de "Busco a Jacques"...

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