Si obviamos la tan celebrada: Viva el derecho romano, que al esclavo manumita y a la esclava metimanu, podemos decir que la frase que da nombre a este artículo es la que más y mejor representa el recuerdo que se tiene en la actualidad de los romanos y sus gobernantes. Un pueblo insaciable en sus conquistas, pero no a cualquier precio, por supuesto, sino siendo grandes admiradores de las culturas y territorios que anexionaban, respetando a sus pobladores, introduciéndolos poco a poco en las costumbres romanas, además de ser grandes constructores de obras públicas y creadores de un ejército modélico con una férrea disciplina.
Este es, en gran parte, el recuerdo que nos ha llegado. El cual está bastante alejado de la realidad, claro, puesto que si efectivamente los romanos eran excelentes constructores y las legiones eran la mayor y más eficiente herramienta militar hasta su época (incluso bastantes siglos más tarde), lo cierto es que de conquistadores ejemplares nada de nada. Como bien nos ha enseñado la Historia, el que con un Imperio quiere hacerse, ha de ser cabrón y malandrín por naturaleza, siendo un ejemplo de tergiversador de la palabra para los miles de personas que te puedan seguir y que se dejan engañar por un método u otro: ahí tenemos a los Napoleón o Hitler para ilustrarlo. Sin embargo, en Roma se consiguió no sólo un personaje de renombre que engañase, sino que, con la creación del Senado, y más tarde con la implantación de la dictadura imperial, se perpetuó en el tiempo un sistema en el que hasta (casi) la rata más inmunda de la bodega más mugrosa pensaba que en la conquista del vecino estaba el progreso.
Porque a base de conquistar tierras, saquear terrenos, esclavizar a la población local, imponiendo sus dioses y cultura destruyendo la ajena, amén de crucifixión a los rebeldes de turno para dar ejemplo, era como avanzaba la maquinaria romana. Ni más ni menos que con este modus operandi tan agradable para los conquistados, los romanos se hicieron con prácticamente la totalidad de Europa. Y, por qué no decirlo, vaya bemoles que le echaron los tíos al asunto: de una ciudad única como Roma, se expandieron cual espuma al servir una copa de champagne, para desgracia de conquistados y posterior fascinación de los historiadores.
Pues bien, a lo largo de esta expansión territorial los romanos se vieron obligados a utilizar en ocasiones tácticas que parecen sacadas de la arpía más malévola que uno se pueda encontrar, y ahí llega la anécdota que nos atañe, acontecida durante la conquista de Hispania (siglo II a.C.). En esa época la Península Ibérica era un compendio muy numeroso de tribus conocidas como íberas, de entre las cuales se convirtió en cabeza de la resistencia la Lusitania, a cuyos hombres llevaba a la guerra el caudillo Viriato, que con sus tácticas de guerra de guerrilla puso en jaque a las legiones romanas. Esta forma de combate consistía en atacar a los romanos cuando más débiles podían estar: en sus marchas por los bosques, por la noche, o bien saboteando las líneas de suministro, entre otros. Básicamente, el merme que dice José Mota. Esto se puede ver horriblemente reflejado en la nefasta serie Hispania, que hace poco tiempo emitió Antena 3.
Productos audiovisuales aparte, seguimos con nuestra historia. Usando las tácticas de guerra de guerrilla Viriato consiguió neutralizar el avance de los romanos, e incluso animó a otras tribus vecinas de los lusitanos a declarar la guerra a Roma. Hacia 140 a.C. la situación es tan insostenible que Roma se ve obligada a llegar a un acuerdo con Viriato, la sangría es demasiado insoportable incluso para la todopoderosa República. Así se reconoce al caudillo lusitano como dux del pueblo lusitano y amigo de Roma.
Sin embargo, los romanos no podían permitir tal humillación, necesitaban deshacerse de Viriato, pues no podían permitir caer en la misma trampa una vez reagrupasen fuerzas. Así, los emisarios de confianza de Viriato, Audax, Ditalcos y Minuros fueron sobornados por los romanos para que acabasen con la vida de su caudillo. Al volver del campamento romano, la misma noche acabaron con la vida de Viriato y con el atisbo de esperanza que podían tener los pueblos íberos de detener las ansias expansionistas de Roma. Cuando los tres traidores volvieron al campamento romano, el cónsul Quinto Servilio Cepión les contestó: "Roma no paga a traidores".
Aquí es donde entra ya la interpretación histórica. La frase no tiene por qué ser literal, y lo que pasó tiene mucho de leyenda, pero parece ser que realmente ésto pasó: Roma, al no poder matar a Viriato por sus propias manos, se vio obligada a recurrir al soborno de alimañas, y por supuesto, éso no podía ser admitido por la República. Pero esta villanía fue efectiva, y al poco tiempo los romanos se hicieron con el control de la Lusitania y de prácticamente la totalidad de la Península, a excepción de las sociedades matriarcales de los cántabros y astures, gente rodeada de montañas a los que no había dios que moviese de ahí. Y es que el uso de las piedras por gente del norte es, tan legendario, que los romanos tuvieron que esperar siglo y pico para doblegarlos.
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