Siempre es difícil expresar en imágenes lo que se lee. Las letras tipográficas que podemos contemplar en un buen libro, que nos emocionan, perturban o cautivan en mayor o menor medida, las hacemos nuestras, únicas. Por esos ratos que pasamos leyendo se meten en nuestra cabeza y nos trasladan a otro mundo. Algo así como el cine tiene capacidad de hacer, pero claro, si te cuentan la historia sin haberla leído previamente es seguro que la sensación no va a ser la misma que leyendo. Más que nada porque los personajes ya no los creas tú, te los dan hechos, y a la hora de leer lo que ya te han relatado audiovisualmente el asunto pierde, al menos, parte de su gracia original, pues lo más probable es que te imagines a los actores que han interpretado a los personajes. Para quien ve una película tras haber leído el libro, el batacazo puede ser mayúsculo, porque si nos ha encantado, nada de lo que nos muestren va a ser lo suficientemente satisfactorio, es imposible. A no ser, claro, que inventen una supermáquina que trasvase nuestros pensamientos a un cinematógrafo y las imágenes cobren vida.
Tras esta retaíla de fútiles pensamientos me remito a los mismos a razón del reciente estreno de la nueva versión de El gran Gatsby, basada en la que probablemente sea la más famosa obra de Francis Scott Fitzgerald. Con ella el autor realiza un ácido retrato del Estados Unidos de los felices años 20 en el que los casinos, las furcias y el alcohol eran el pan de cada día de la locomotora yanqui, ese joven país que parecía que nunca iba a detenerse. Y lo hace a través de la trágica historia del joven Jay Gatsby, un muchimillonario de los nuevos ricos, prototipo del hombre americano hecho a sí mismo, alguien que lo tiene todo pero que en realidad está vacío. La consecución de una fortuna la realiza exclusivamente para recuperar su amor de juventud, la adinerada Daisy, casada con otro muchimillonario, pero de los de la vieja escuela, Tom Buchanan.
El narrador encargado de mostrarnos esta turbia historia de pasiones entre ricachones decadentes es Nick Carraway, un joven escritor, vecino de Gatsby, que al principio se siente fascinado por el personaje para más tarde convertirse en un cómplice de sus planes de reconquista. Fitzgerald recrea estos acontecimientos con una prosa admirable, finísima, en la que detalla en todo momento su admiración e interés por la clase adinerada de su país, pero a la vez realiza una gran crítica de la misma, de la búsqueda de la felicidad intentando recuperar el pasado perdido, así como las terribles consecuencias que se respiran en el ambiente, porque no puede ser de otra manera, en poco tiempo llegará el crack del 29 y consigo el desastre más absoluto. El fin de una era decadente, cuya banda sonora era el jazz.
Si atendemos a la película, cuando uno ve que su director es el australiano Baz Luhrmann, no puede más que echarse a temblar y temerse lo peor. Este señor (del que nunca he terminado de ver una película suya, salvo de la que escribo) pone siempre en liza una estética videoclipera con músicas extravagantes y muy modernas sin importar lo más mínimo la época en que se sitúe la historia que está contando, amén de presentar un barroquismo en el que cuanto más dinero se gaste en impostar el artificio en la imagen, cuantas más virguerías innecesarias realice la cámara y más se maree el espectador, más satisfecho estará él. Ante este panorama, la predisposición con la que va uno a ver cómo se pasan por la piedra la obra de Fitzgerald es total. Tanto, que con no salir de la sala sin ganas de asesinar a su creador ya sería para conformarse.
Así que, en efecto, mis peores temores se hacen realidad: el mundo elegante y a la vez decadente que nos presentaba Fitzgerald se convierte en una excusa para que el señor Luhrmann nos muestre su peculiar mundo del exceso en el que las fiestas de jazz que Jay Gatsby organizaba se convierten en discotecas donde suenan canciones del rapero Jay-Z (productor de la BSO) y cía, vemos numerosos planos mareantes o imágenes estampadas con los artificios más viles que lo único que impresiona es imaginar el dineral que se han gastado ó coches corriendo a toda pastilla por Nueva York. Todo esto rodado en 3-D, por si alguien quiere marearse todavía más. Ésa es la sensación que le va dejando a uno la película, aparte de no querer probar la clase de droga que frecuente el responsable de ésto, porque a pesar de que el texto de la novela sigue estando ahí, lo estás oyendo, las imágenes que lo sustentan son totalmente prescindibles.
Sin embargo, cuando el relato se centra más en los personajes no dando más pie a las frivolidades y los confetis, es en ese preciso instante cuando surge la presencia del rico reparto, quienes parece que sí que están interesados en expresar las emociones de la novela original, consiguiendo (y esto es de un mérito tremendo) sobrepasar las numerosas capas de estilo que nos ha ido tirando a la cara el australiano Luhrmann. El narrador de la historia, Nick Carraway, está interpretado correctamente por Tobey Maguire (el otrora Spiderman), Daisy está caracterizada perfectamente por la camaleónica Carey Mulligan, que quienes nos enamoramos de ella por su "New York, New York" de Shame no podemos evitar sentirnos un poco como Gatsby. El marido de ésta, Tom, es Joel Edgerton, un actor que cada vez que veo algo de él me parece más poderoso, pero en esta ocasión creo que el papel se le queda corto, pero eso sí, él está muy bien. Y por último y como colofón tenemos a Leonardo DiCaprio como Gatsby, algo que es muy de agradecer, tanto su apariencia como su actuación, porque es una imagen bastante fidedigna de lo que puede ser el personaje tras haber leído la novela.
A pesar de ésto, la película es una oportunidad perdida, creo yo, puesto que aunque al final remonte el vuelo, no es serio coger un pedazo de vida de Estados Unidos y, bajo el pretexto de contar una historia sobre los excesos de una época, acabar prácticamente parodiando parte del material que nos brinda Fitzgerald.. El resto, gracias al encomiable esfuerzo del reparto, es una digna revisión de la historia, pero sigue faltando ahondar más en algunos personajes, en especial los de clase baja, los Wilson, cuyo papel es fundamental en la trama y aquí se tocan muy por la superficie. Pero bueno, ésto último es normal cuando se está más pendiente del lucimiento personal que de contar una buena historia. Una lástima.
En comparación con esta revisión de El Gran Gatsby, hay bastantes voces que reclaman la anterior versión como una gran película. Data de 1974 y la protagonizan Robert Redford y Mia Farrow, grandes actores donde los haya. Puedo creer que para alguien que no haya leído la novela sea buena, pero para quienes la hemos leído resulta bastante decepcionante. Lo más curioso es que en esta ocasión Redford me resulta un soso, poco extravagante y vitalista, nada que ver con el Gatsby de Fitzgerald, y ni mucho menos con el excelente Redford de El Golpe ó Dos hombres y un destino. Está claro que en la película actual Luhrmann se pasa siete pueblos con su recreación en la que todo vale, pero es que la versión antigua queda anquilosada en la sosería, igual que la dirección, tan sobria como mediocre, que acaba haciendo al metraje bastante tedioso. Y que se haga larga la epopeya que te están costando es bastante grave, considero yo. Falta menos contemplación y un poco más de nervio, puesto que determinados momentos fundamentales en la trama son tratados como si fueran frases cualquiera, con apenas sentimiento por parte de los actores y de la dirección.
Así que, si se quiere disfrutar como Dios manda de la historia de Gatsby, a leer (o releer en su caso) la novela todo el mundo, puesto que las películas no están ni mucho menos a la altura de la prosa de Fitzgerald. Para quien quiera deleitarse con algo de este mundillo audiovisualmente, a falta de que dentro de 40 años haga una versión animada Walt Disney cuando lo descongelen, recomiendo ver este vídeo (minutos 1:56 y 7:36) de falsas tomas falsas de El Informal. Y es que nunca hubo mejor Nick Carraway que Mickey Nadal o un Gatsby más acertado que Florentino Fernández. O por lo menos, sus voces.
Pero eso es otra historia.
Respecto a lo de la estética videoclipera, va intrínseca en cada película suya en mayor o menor medida (he visto prácticamente toda su filmografía), pero estoy muy de acuerdo, es poco coherente escuchar dubstep en una fiesta ambientada en los años 20. Personalmente me pareció peor llevado el barroquismo de la última adaptación de Anna Karenina, pero para gustos la cerveza.
ResponderEliminarBuen artículo analizando novela y adaptación, pero te cebas muy muchísimo jajajajajaja
PD: totalmente de acuerdo con ese comentario sobre quién es el mejor Gatsby de la historia
Es que no es seria la forma en que te cuentan la primera parte, la segunda está mejor porque se deja de florituras y se centra más en los personajes. No está mal, pero no hace justicia a la novela.
Eliminar¡Gracias por el comentario!
debo decir que cuando la vi sentí lo mismico que has relatado tú magistralmente Almaciguero Mayor, me pareció que la historia da para mucho más de lo que la peli te cuenta. Creo que lo mejor que tiene es que te transmite la idea de que el libro y la historia en sí debe merecer mucho la pena, y eso ya es un tanto. Por lo menos te deja con la miel en los labios.
ResponderEliminarRespecto a lo del musicote drum-bassero en mitad de los años 20... no me molesta, entiendo que obviamente el director se habrá dado cuenta de que en aquellos tiempos el café valía 12 pesetah!. Me lo tomo como una respetable licencia artística
Exactamente, lo mejor que te llevas al verla es que aquellos que no conocían la historia por lo menos la han descubierto. Lo del musicote es superior a mis fuerzas, pero bueno, lo típico cuando se trata de este director.
EliminarUn placer leer tu comentario, gracias.
Me has quitado las ganas de gastarme perras en ver la películas. Pero ya está ese libro entre los que me tengo que leer si o si.
ResponderEliminarObjetivo cumplido pues. El libro es bastante bueno.
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