Hace poco más de dos semanas concluyó el festival de Cannes, el festival europeo por excelencia. Se llevó el máximo galardón, la Palma de Oro, una película francesa dirigida por un tunecino titulada La vida de Adèle, de la que la crítica habla maravillas. También se han podido ver las nuevas películas de directores como Alexander Payne, James Gray, los hermanos Coen, Polanski ó Nicolas Winding Refn, entre otros de los cuales me dejaré a alguno importante en el tintero. En este festival es donde se proyecta (a priori) el mejor caviar que se podrá encontrar en los próximos meses en cartelera, de películas que (algunas de ellas) seguramente irán a la carrera por el Oscar.
Pero a los ciudadanos de a pie que no gozamos de un pase de prensa, nos toca esperar para ver en pantalla grande las películas proyectadas en Cannes, o ni siquiera eso, puesto que aunque Cannes sea el más representativo de los festivales europeos (de entre los que también destacan Venecia, San Sebastián y Berlín, por ejemplo) no todas las películas que van a la sección oficial, ni mucho menos, acaban en las salas comerciales. O por lo menos, éso no ocurre en España. Y ni mucho menos va a ocurrir en el medio plazo, pues tras el anuncio del cierre de Alta Films, que se preparen los que buscan un cine alejado de superhéroes, Transformers ó Hobbits, porque lo van a tener jodido.
Si bien las películas de los directores anteriormente mencionados han llegado a España sin problema en los últimos años, el futuro es tremendamente incierto. Por poner un ejemplo muy representativo, durante el festival de Cannes los periodistas españoles allí acreditados no podían entrevistar a los hermanos Coen, puesto que en España a día de hoy su película no tiene distribución. Y así ocurre con unas cuantas más, por lo que nuestro país ya en cultura se está quedando con un pie y medio en el otro barrio. De momento nos espera ésto, que nos miren con desprecio en países extranjeros, sean o no de la Unión Europea, por mucho que diga González Pons que es como si estuviésemos en casa.
"Pues mira, mejor me lo pones, porque yo me iba a ir a buscarme la vida por ahí, así que a mí eso no me afecta" Este argumento a día de hoy quizá tenga una relativa validez, pero dentro de unos años a lo mejor da igual que haya o no quién se preocupe por distribuir cine alternativo en salas comerciales, todo gracias al pacto de libre comercio que están preparando la Unión Europea con Estados Unidos. En Cannes se empezó a gestar un manifiesto que salió a la luz con el nombre "¡La excepción cultural no es negociable!" en el que cineastas europeos como Haneke, los hermanos Dardenne, Thomas Vinterberg o Almodóvar reclaman a la Comisión Europea que proteja el cine europeo de la globablización que parece que los gobernantes quieren acelerar. Del otro lado del charco se han mostrado favorables a este manifiesto cineastas como David Lynch y productores de Hollywood como Harvey Wenstein, mecenas entre otros de Tarantino y Paul Thomas Anderson.
Siempre estamos oyendo historias relacionadas con primas de riesgo, mercados, austeridad y sobre todo el poder que sobre el resto de Europa está ejerciendo la Alemania de Angela Merkel. Pero en esta historia parece que el villano se perfila como el presidente de la Comisión Europea y líder de esas negociaciones; José Manuel Durão Barroso. El mismo individuo que ahora parece querer pasarse por la piedra la cultura europea, o por lo menos hacer caso omiso de la misma, en 2005 declaró: "en una escala de valores, la cultura va antes que la economía". Dime de qué presumes y te diré de qué careces, habría que recordarle a este señor luso, quien a buen seguro será admirador de gente como José Mourinho y demás impresentables de su calaña.
La cultura es el factor diferenciador de cada pueblo, es lo que hay que proteger de las amenazas exteriores de globalización y de querer igualarlo todo. El que los artistas de un pueblo puedan expresar sus ideas es lo que día a día sigue forjando la identidad de las naciones, pero sobre todo de quienes moran en ellas. Si no queda nada de ésto, que tiemblen los cimientos del mundo que conocemos, porque aquí nadie va a frenar la debacle. Los tiempos que corren, supongo que será, pero proponerse a deshacer el camino andado una vez se ha hecho un daño irreparable será harto difícil. Pero bueno, siempre podremos recurrir a lo que ya hay hecho, que no es poco, y que a los yanquis y a su cultura infernal se los lleve el diablo.
Almaciguero Mayor
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