Por Rafael Belchí
Cuentan que, una vez proyectadas las primeras imágenes del cinematógrafo, cuando el entusiasmado Georges Méliès se puso a sacar películas como churros, con esa imaginación sin límites del pionero, del descubridor, Antoine Lumière le dijo: "Sr. Méliés, nuestro invento no es para venderlo. Puede ser explotado algún tiempo como una curiosidad científica, pero no tiene ningún interés comercial”. Y menos mal que el señor progenitor de los conocidos hermanos Lumière se equivocó en sus pronósticos, que a la gente le gustó eso de que les contasen historias que parecían sacadas de la realidad, o más fantásticas, para evadirse del aburrimiento imperante del día a día. A cambio de un dinero, asumible, claro está.
Por eso, cuando ves que hoy día, si vas al cine, te cobran no menos de unos 7 u 8 euros si no dispones de ningún tipo de descuento estudiantil, o que acredite una juventud que, como la vida, es pasajera, dices, con razón no va ni Dios al cine. Si no, pruebe el lector a meterse en una sala un día entre semana. Supongo que en un multisalas de las grandes superficies que se llevan ahora, más de uno habrá viendo la película elegida, pero si te acercas a un cine de los de toda la vida, de los que están que se caen a pedazos, igual te encuentras con que estáis tú y la película, el uno para el otro. Alguien pensará, pues de puta madre, la sala para ti solito, sin nadie que te moleste, o para ti y tu pareja, lo cual pone el plan más que interesante. Pero la triste verdad es que esa situación es sólo síntoma de que ésto se está muriendo, porque al fin y al cabo, todo arte necesita ser sustentado por unos espectadores.
Últimamente nos hemos encontrado con iniciativas como la fiesta del cine, que cobraba entradas a 3 euros, para ver si la gente, a un precio razonable que no desangrase su bolsillo, aún quería acercarse al cine. Y, lógicamente, la asistencia fue masiva, rompiendo todos los pronósticos, por lo que se ve que todavía hay una mínima esperanza de que ésto no caiga, que si los propietarios intentan acercar más a la gente, en vez de espantarla con subidas exageradas, se puede aguantar la crisis, incluso la de los autores. Porque ésa es otra, el cine comercial, el de Hollywood de toda la vida, está pasando probablemente su peor racha de la historia. Si uno coge las películas comerciales, que antes protagonizaban Humphrey Bogart o Cary Grant, y dirigían Howard Hawks, John Ford, Hitchcock o Wilder, por citar a unos cuantos, ahora hay una plaga infesta de superhéroes y de megaproducciones con efectos especiales de la hostia, que sólo dejan levantar la cabeza a gente como Martin Scorsese, Tarantino o Clint Eastwood (este ya con su buen pulso un poco extraviado), entre otros.
Así que, bajo mi punto de vista, un joven que se aficione al cine, gustoso de que le cuenten historias en una pantalla grande, va a necesitar una supervisión por sus mayores para que se enamore del cine viendo lo que hay cada viernes en cartelera, porque aunque se sigan haciendo buenas películas, los grandes estrenos de la actualidad son los de los efectos especiales, que, salvo la excelente Gravity, se me vienen a la cabeza casos como El hobbit (absurdo lo de que sean tres partes), Avatar, Prometheus, Elysium, Superman, Batman, etc. O sea, nada que ver con lo que hace no tanto tiempo, unos 15 años, poblaba las pantallas, en aquellos tiempos en los que las multisalas estaban, si acaso, empezando.
A falta de una televisión de calidad que enseñe a los críos y jóvenes las grandes películas de antaño, se supone que esta misión la han de abordar las filmotecas, que en ocasiones ponen programaciones impagables, ciclos del gran cine de todos los tiempos, incluido contemporáneo, cosas con las que puedes echar las tardes muertas delante de la pantalla, y por uno o dos euros la sesión. Sin embargo, tengo que darle un tirón de orejas a la filmoteca de Valencia, que imagino que será por la falta de financiación, o por un desgaste que salta a la vista, pero últimamente no interesa mucho la programación. Recuerdo hace un par de meses haber visto Los 400 golpes de Truffaut, y en la sala no cabía la gente, pero cuando dan películas experimentales o desconocidas, la audiencia decae. Si se mira la programación de la filmoteca de Madrid o Barcelona, rescato en la de Madrid un ciclo de cine de ese genio que fue Ernst Lubistch, con películas maravillosas como El bazar de las sorpresas o Angel, y poco más. Aunque a la que he de echarle un capote es a la filmoteca de Murcia, que estos meses ha llevado al público un ciclo de Hitchcock, otro de Fellini, y ahora de cara las Navidades, uno de Berlanga. Y así, uno sí que se enamora del cine, con cosas que da gusto ver.
Pero mi pena es infinita, pues tengo más que claro que las películas que me han impactado, y tristemente he tenido que ver en televisión o en la pantalla del ordenador y no como dios manda, lo más seguro es que nunca las vea en un cine, que me tendré que conformar con el dvd. Jack Lemmon con gripe pasando la noche en un banco en El apartamento, Michael Caine enganchado al éter y diciéndole a los huérfanos antes de acostarlos "Buenas noches, príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra" en Las normas de la casa de la sidra, Joseph Tura propagando sus grandes dotes actorales por Polonia en Ser o no ser, Roberto Benigni seduciendo de la forma más bonita a Nicoletta Braschi en La vida es bella, la poesía más pura que destila Amanecer de Murnau, los diálogos entre los oficiales francés y alemán en La gran ilusión, la máquina Hal actuando como un humano, con miedo, en 2001: Una odisea en el espacio, el crío Léolo escribiendo lo que transcurre en su día a día antes de dormir para no caer en la locura que impera en su familia en Léolo, la mirada de Ana Torrent en El espíritu de la colmena, Cassen volviendo loca a la España franquista para pagar la letra de su motocarro en Plácido, Paco Rabal invitando a Silvia Pinal a jugar al tute en Viridiana, la emoción surrealista y onírica que transmite Mulholland Drive, Woody Allen y sus pataletas de felicidad al burlar la muerte en Hannah y sus hermanas, la marcha final de Michael Caine y Sean Connery tras haberlo tenido todo en El hombre que pudo reinar.
A mí Hitchcock me encanta
ResponderEliminarPues tiene usted un gusto exquisito, anónimo.
EliminarAy... ¡Qué ganas de que el mundo te escuche!
ResponderEliminarClap! clap! clap! por este artículo señor :)
Muchas gracias, me alegra que haya gente que comparta mi opinión.
EliminarUn saludo y que tu studio siga creciendo.
¿Cómo que por Rafael Belchí? ¿Quién es ese?
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