domingo, 8 de diciembre de 2013

Nueva York, Berlín, Calasparra

Por Conde Chócula


Yo no entiendo mucho de gestión musical de conciertos, pero a mediados de los 80 se dio el hecho más insólito que se recuerda en Calasparra (Murcia). El grupo etno-techno Dissidenten trazó una gira desde Nueva York a Berlín pasando, como no, por los arrozales del acogedor pueblo del noroeste murciano de Calasparra, bien conocido por tener un cojo al que por no discriminar llamaban “el manco”. Dissidenten (puede que lo recuerden por su tema Fata Morgana) fue un grupo experimental que amaba la música étnica, un caldo de cultivo para espíritus libres, de esos que yacían unos con otros en las calas recónditas de Mallorca. Imagínese usted, hacía tan solo unos años que el régimen no defendía al honrado ciudadano de los maleantes bolcheviques y ahora estos podían violar a sus hijas y robar sus comercios con total impunidad. Ante el temor, los pueblerinos sellaban las puertas de sus casas al paso de esos hippies desoficiados que no habrían hecho ni la mili y ponían a resguardo los hímenes de sus hijas de las hordas liberales de rastafaris que promulgaban el amor libre entre flores e incienso. No conoció la humanidad mayor peligro de extinción desde que san Juan describiera el apocalipsis. Y en eso quedó tan solo, en un temor infundado de los simpáticos pueblerinos que ni mucho menos estaban a la altura del cosmopolitismo neoyorquino o berlinés. Aún así, se recuerda un lleno completo en el estadio de fútbol del pueblo, rodeado de una urbanización de tiendas de campaña trashumante. Un riesgo que demuestra que un buen manager puede convertir la improbabilidad en un éxito contundente. 

A menudo los que vivimos en comunidades que no son la capital, nos quejamos de que la cultura no nos llega. Casi siempre es necesario realizar un desembolso que uno solo puede permitirse dejando de comer un mes. Pues bien, está claro que el "Palau sant Jordi", "Las Ventas" o "Estadio Olímpico de Sevilla" son recintos preparados para acoger una afluencia de gente descomunal, pero no hacen sombra a estadios como el de Calasparra o a explanadas tan planas como las de Alcalá la Real (Jaén). En estos sitios realmente los grupos y la organización pueden jugar un poco más con los márgenes económicos. No cuesta lo mismo cerrar el teatro real de Madrid que la plaza de toros de Cogollos, pero a pesar de hablar de de vender 10.000 entradas más o menos, sigue saliendo rentable pasearse por estos desangelados sitios. Está claro que las grandes plazas en las grandes ciudades llaman a muchos, pero no a todos. El público debe tenerse en cuenta a la hora de organizar un evento de grandes magnitudes. No te vas a llevar a los hippies del Etnosur a Malasaña porque no podrían pagar ni un gramo de hierba. Esto no ocurre en los pequeños pueblos.

Suele pasar que ante un evento la inflación se dispare un 2000%. La litrona que costaba 1€ ahora cuesta 16€. Los hoteles y albergues aprovechan para pintar una estrella más en sus carteles y los restaurantes te cobran hasta la sacarina. Esto, a pesar de ser usura pura y dura, puede dañar un festival o un concierto. El público no es como el español medio que se deja meter las manos en los bolsillos por cualquier señor vestido de traje, el público español es pícaro y si puede burlar una valla llena de cuchillas y perros que arrojen avispas por la boca para pasar 20 centilitros de whiskey lo va a hacer. ¿Por qué ahuyentar a esta gente? Estas personas son las que aprecian que el panadero te venda al mismo precio que a su vecino Fulgencio. Un buen servicio se traduce en una reiteración de la transacción. El enriquecimiento vil está bien en algunos ámbitos snobs, pero no siempre funciona. La fidelización en conciertos también debe tenerse en cuenta. El etnosur es un festival que año tras año aumenta su público. ¿La fórmula? Hacer un festival barato que no atiende excesivamente a estrategias comerciales. El boca a boca te lleva allí. ¿Contrafórmula? "Uf, ¿tenemos que ir a Madrid contando pensión, dietas, pagar el doble por la misma entrada, ver el concierto a través de una pantalla y descubrir al duende que dice la verdad y el que dice la mentira?" Uno, en plena decadencia del imperio español, se lo piensa tres veces antes de volver a ir.

Será que yo pienso que todo el mundo vive en la indigencia, pero ultimamente la cultura que uno está dispuesto a pagar se cobra a poco y las formas tradicionales de hacerla afloran como las malas hierbas. Quizá una gira Nueva York, Berlín, Calasparra pueda parecer una locura, pero el renombre puede ganarse por méritos propios aunque no se disponga del sobrenombre capital.


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