Por Rafael Belchí
La fecha maldita de la ceremonia de los Oscar se acerca. Maldita porque ese día supone un punto de inflexión en la cartelera para todo cinéfilo que se precie, pues se le otorga bula papal a las películas que van seleccionadas a los mencionados premios y se deja el resto y errático año para que las obras supuestamente menores que no han sido tocadas por la varita mágica, se den de hostias con las distribuidoras para no acabar en las temibles fechas veraniegas compartiendo cama con todos los taquillazos de efectos especiales. Como ejemplo de lo que estoy hablando, se estrena hoy La gran estafa americana, la nueva película de David O. Russell, cuyo anterior trabajo, El lado bueno de las cosas, era a la vez atrayente y repelente, con, eso sí, un final made in Hollywood, pero cutre, increíble y edulcorado a más no poder.
Por tanto mis expectativas ante La gran estafa americana no eran para tirar cohetes, aunque el resultado me ha resultado mejor de lo esperado. O. Russell relata aquí la historia de un par de estafadores de poca monta, que se dedican a otorgar préstamos a los primos que confían en que a largo plazo les saldrá rentable, lo cual lógicamente acaba con los estafados en la ruina y con los protagonistas en orgías de drogas, alcohol y prostitutas. También sospechas que esta gente va a acabar mal, pillados por el FBI y viéndose obligados a hacer cosas que no quieren. Lógicamente ocurre, y el objetivo final es estafar al alcalde de Nueva York, formándose así una intriga con jeques árabes y mafiosos de por medio.
Todo transcurre en los 70, con escenas con la música muy fuerte a veces, supongo que para reflejar el desenfreno de aquellos años, mezclado con movimientos de cámara muy del gusto del autor, pero que a veces me suena a plagio de Scorsese. Además, a pesar de que O. Russell se esfuerza en transmitirnos la complejidad de la historia a través de sus personajes, éstos tienen el interés justo y necesario para que te impliques en lo que te están costando, de manera que la trama está montada con un nivel de convicción aceptable, pero con un tono descaradamente hortera que a veces me distancia de la misma, haciendo de La gran estafa americana una película que no aburre, pero tampoco apasiona. Es un híbrido muy raro.
Los personajes que utiliza el director para hablar de este mundo de estafadores no van a pasar a la historia por su nivel de simpatía, en especial el agente del FBI que interpreta Bradley Cooper, actor que me pone particularmente de los nervios y en esta película no iba a ser menos, y su eterna compañera, la "gran estrella" de Hollywood Jennifer Lawrence (que alguien me explique por qué) , una actriz que sin ser mala, interpreta un papel olvidable. Mejores están Christian Bale y Amy Adams, que aunque no enamoran, son algo más creíbles y decentes en sus actuaciones. En definitiva, la película, por muchos Oscar que le den, no está llamada a permanecer en la memoria, sino más bien a hacer pasar un par de horas entretenidas y poco más. A pesar de las intenciones del señor O. Russell.
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