Por Almaciguero Mayor
Un español medio llega a su casa un domingo, después de estar todo el día vagando por las calles de su hábitat natural, ya sea un pueblo o la urbe. Su situación al llegar, en el mejor de los casos, es la de aquellos antaño pobretones mileuristas, hoy día envidiados, por lo que sabe que, mientras se mate a trabajar como los siete enanitos de Blancanieves juntos, todavía habrá un atisbo de esperanza para él y los suyos. En el peor y dramático, su situación será la que poco a poco se está estableciendo peligrosamente en habitual, la del parado. Por tanto, el español medio, esté disfrutando de su día libre o sufriendo uno más de monotonía sin ver los puñeteros brotes verdes, lo último que se plantea un domingo de 2014 por la noche es tragarse la gala de los Premios Goya. No tiene bastante con soportar su desgraciada existencia que ver a la panda de siempre regalarse unos premios a sí mismos.
En mi caso, gozando, por decir algo, de los últimos años de presencia estudiantil, todavía no estoy tan desquiciado como para arrojar la televisión por la ventana o dedicarme a hacer otra cosa. Como un ritual masoquista, desde hace unos cuantos años, den lo que den en la caja tonta, la cual frecuento bastante poco, me como mal que me pese, los Goya. Y digo mal que me pese porque dejé de lado mi querido Salvados, ese programa tan brillantemente dirigido por el punzante Jordi Évole, de lo poquísimo que me hace enganchar el mando y que no me lo quite nadie, para ver los dichosos premios. Palabras mayores, oiga.
Al empezar el susodicho evento, mis lógicas reticencias iniciales hacia el conductor de la gala se ven naturalmente cumplidas, pues elegir a Manel Fuentes, el presentador de Tu cara me suena, como defensor del cine español e insultador del reino hacia el Gobierno, es algo un poco hipócrita, teniendo en cuenta que Tu cara me suena es uno de esos programas destinados a idiotizar al espectador medio, materia en la que la cadena que le paga, el grupo Antena3, es experta, con el objetivo de arañar unas décimas al tan ansiado share. Si a un presentador mediocre y falso le añadimos la impostura de un guión que suena a mentira complaciente por todos lados, la cosa se queda en una caricatura de lo que Eva Hache hizo el año anterior, por lo menos digno de ser visto y escuchado. Imagino que más de alguno de los allí presentes sentiría algo más que indignación, aunque visto lo que retransmitían las cámaras, el jolgorio parecía generalizado.
Álex O'Dogherty |
Y empezaron a repartirse los premios, el de actor revelación para Javier Pereira por la admirable Stockholm, película que no he podido ver todavía pero que me parece un verdadero milagro y de fe ciega en un proyecto, pues todos los implicados la autofinanciaron con una venda en los ojos, echando sus suertes a cara o cruz. Por lo menos tuvieron algo de reconocimiento, ojalá que esta gente pueda hacer más cine, a pesar de la longitud excesiva del discurso del chaval. Tras un par de premios o tres para Las brujas de Zugarramurdi, la última gamberrada de Álex de la Iglesia (sobre la que luego volveré), tuvo lugar un número musical a cargo de Álex O'Dogherty, un señor que salvo en algún gag de los primeros Camera Café, o sea, hace algo así como 8 años, no me hace ninguna gracia, por mucho que cante, salte, toque todo tipo de instrumentos y ponga caras pretendidamente cómicas. La cosa empezaba a flaquear y no había hecho más que comenzar.
El discurso que realizó el presidente de la Academia, Enrique González Macho, fue también lo mismo de siempre, pero necesario, pegándole un tirón de orejas a las plataformas de distribución online de cine, pero sobre todo atacando y con razón al Gobierno, con el tema del IVA, que siempre dicen que lo van a revisar, y con la creación que nunca llega de un modelo de explotación del cine basado en el mecenazgo, es decir, dar facilidades a los inversores en cine, que actualmente hay cuatro gatos mal contados. Además, las prometidas ayudas de 100 millones de euros, que se han quedado en unos escuetos 39. Está claro que esto de que el cine esté subvencionado, algo que ya he dicho en más de una ocasión que me parece bien, puede tener sus detractores, pero, y parafraseando a un premiado, "invertir en cultura siempre es bueno, porque la incultura es más cara que la cultura". Debates aparte lo que es innegable es que si prometes dar 100 millones de ayudas, pues es una canallada meter la tijera avisando dos días antes.
A propósito de avisar dos días antes, el ministro de cultura que tenemos ha hecho una de las suyas, con lo que ya se ha generado otra vez el eterno debate que enfrenta en los Goya a los miembros de la Academia con los medios de la derecha. No obstante, una cosa es avisar con las suficiente antelación porque te surge algún imprevisto de ultimísima hora, pero buscarte tú mismo la coartada yéndote a Londres me parece grotesco. Este tío, que se jactaba hace un mes de que iba a asistir a la gala sin ningún problema, ha demostrado una indecencia notable, que igual ha hecho como gesto de su habitual chulería, quién sabe. El caso es que ayer el Vaticano operó sin el que debería ser su Papa, o más bien, la Revolución Francesa no pudo contar con su Robespierre particular.
Joaquín Reyes: "¡El IVA es sagrado!" |
Pero siguiendo con los premios, hubo unos cuantos momentos emotivos, compaginados con otros supuestamente graciosos que salieron como tiros por la culata, salvo algo del numerito montado por los zumbados de Muchachada Nui. Pudimos ver el primer goya recibido por la anciana Terele Pávez como actriz secundaria por Las Brujas ante una ovación generalizada, o el Goya de Honor al director Jaime de Armiñán, con imágenes de sus películas en las que dirigió a gente como Fernando Fernán-Gómez, José Luis López Vázquez o Fernando Rey, personajes ya legendarios de nuestro cine que poco a poco se irán nombrando menos. Este año se han ido Alfredo Landa y Elías Querejeta, dos tipos tan excepcionales como irremplazables, a los que debemos algunas de las películas cumbres de nuestro cine. Junto a estos momentos se compaginó un número musical ridículo como casi siempre, unos sketches en los que antiguos presentadores de los Goya se mordían las uñas comparándose con Fuentes, y otros en los que éste aparecía en trozos de las películas nominadas, al igual que hiciera con bastante más gracia Eva Hache el año pasado. Es decir, que todo transcurría con la linealidad de siempre, nada nuevo bajo el Sol.
Lo que vi yo extrañísimo en esta entrega de premios es que una película se llevó 8 cabezones, sobre todo en apartados técnicos y tal, pero haciendo eso significa que, según el criterio de los académicos, todo en la película funciona. Estoy hablando de Las Brujas de Zugarramurdi, que no es ninguna maravilla, pero es absolutamente inexplicable que no esté nominada a mejor película ni su responsable, Álex de la Iglesia, a mejor director. Porque, siendo realistas, el nivel no era tanto como para ningunear a esa película, pero sus señorías sabrán, que sus emolumentos reciben para nominar con enorme sapiencia las obras de arte que les dé la gana. O no.
Una sección que particularmente daba una envidia tremenda era la de Mejor película europea. Lo vieses por la arista que fuera, no podías quedarte con ninguna, vaya cuatro películas: la inquietante La caza, la tremendamente bella e hipnótica Gran belleza, la triste pero también bonita historia de Amour, y la tragedia, el dolor y la maestría de La vida de Adéle. Hablo de envidia, porque cualquiera de las cuatro es infinitamente mejor que las nominadas en España, con la excepción de la que a la postre fue la gran ganadora de la noche, Vivir es fácil con los ojos cerrados.
Y es que gracias a los astros ha primado la cordura y el buen gusto, pues muchas quinielas daban como favoritas a Caníbal y a La herida para alzarse con los premios gordos. Pero salvo el de mejor actriz que fue a parar a Marian Álvarez por La herida, algo por otro lado totalmente merecido, mi alegría por ver a un director tan inteligente y admirable como David Trueba recoger por fin los frutos de un trabajo bien hecho, es considerable. Tanto, que un premio tras otro que se llevó la película, alcé los puños en soledad, sintiéndome partícipe de que los responsables de esa película tan bonita fuesen merecidamente recompensados.
De este modo David Trueba se convirtió en el protagonista absoluto de la gala, luciendo una capacidad de discurso que no vi yo en ninguno de los aturullados discursos que fueron la nota dominante de la noche. Habló de los problemas del cine español, pero defendiendo al espectador, al que nunca acusó de no querer consumir el producto patrio, tiró con elegancia dardos hacia Wert y la derecha, recordando que aquellos que fueron de la ceja o se manifestaron contra la guerra de Irak no son necesariamente enemigos del PP, también pueden votarlos, comentó irónicamente el tema de la corrupción acordándose de un chistoso señor de Almería, invitó a la reconciliación con Cataluña y lanzó una oda al carácter trabajador de los españoles. La lucidez de David Trueba será algo digno de ser escuchado y recordado. Su amor por el cine, por sus compañeros, su esperanza y su lucidez deberían ser contagiosas. Aunque les pese a algunos.
David Trueba en pleno discurso de agradecimiento |
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