Por Monsieur le Tupé.
Hace unos días aproveché la gustosa ironía de que una tienda de productos procedentes de quiebras, embargos judiciales y bienes de segunda mano estuviera de liquidación para adquirir tres libros: Robisón Crusoe, La fábula del falo y La España en la que yo creo. El primero de los libros estaba ahí para justificar la compra, La fábula del falo porque se llama La fábula del falo y el último, La España en la que yo creo, era un libro del que fue presidente nuestro, Jose María Aznar, que se vendía a cincuenta céntimos. Un libro escrito por quien gobernó nuestro país, cuyas decisiones repercutían directamente sobre la vida de más de cuarenta millones de personas, se vende ahora a cincuenta céntimos.
Es una metáfora blanda, lo sé, pero no pude evitar comprármelo como quien adquiere el monumento a la mediocridad política. Porque en eso se han convertido las ideas de nuestra clase política, en libros de medio euro vendidos en tiendas de quiebra. Y así nos va.
¿Pero por qué triunfan los
mediocres dentro de nuestra clase política?
El principal motivo es que la
tendencia a la hora de formar un gobierno no apunta hacia la búsqueda de
la excelencia, sino hacia la búsqueda de fiabilidad. Un buen gobierno es un
gobierno estable. Lo que más le interesa a un partido político es asegurarse
que se vaya a cumplir la disciplina de voto y que el Presidente se vea rodeado
de personas afines que vayan a dar la cara por él. Las traiciones, cuando se
dan, tienden a ser por la espalda y disimulando mucho, procurando que el
electorado no se entere. ¿Es esto bueno? Lo cierto es que por una parte si, dado
que lo que suele necesitar un país son políticas previsibles que permitan a los
actores operar con un riesgo anticipable. Puede que la ley impositiva sea un
total absurdo, pero es mejor que cinco intentonas técnicamente mejores pero
políticamente inviables. El gobierno aprende pronto a rodearse de gente fiel en
vez de gente inteligente. Claro está que el coste que ello conlleva es visible,
plasmado cada semana cada vez que algún ministro abre la boca.
¿Os acordáis de 1984? ¿De Un mundo feliz? Mientras que el primer libro auguraba un futuro donde se oprimía a
la población, el segundo se preocupaba más por un mundo donde se hubiese
banalizado todo hasta un punto que a nadie le importase absolutamente nada. Un
mundo feliz tenía razón: hoy en día estamos saturados de información, tenemos
siempre a mano un periódico, un blog o un comentario en alguna red social hecho
a mano para nuestras ideas preconcebidas. Los políticos no triunfan elaborando eclípticos
discursos basados en una solida teoría científica, prosperan sobre los demás
arrojando a la sociedad globos sonda con contenido simplista. Ya sabéis: “Aborto
para unos. Banderitas americanas para otros”.
Y por último, ¿por qué no tenemos
políticos capaces de grandes actuaciones? Porque son incapaces de hacerlas
aunque los planes bajasen escritos en piedra provenientes de una zarza
ardiendo. Nuestra política está gobernada por la economía, el verdadero margen
de actuación de los gobiernos es mucho más bajo de lo que tendemos a pensar.
Esto puede ser bueno o puede ser malo, depende del aprecio que le tengas a la
globalización y al capitalismo. Pero el caso es que la actuación de las
empresas y particulares tienden a ser más definitoria que las decisiones
políticas.
Y con esas estamos, con
presidentes de medio euro.
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