jueves, 10 de abril de 2014

Cuando la droga espabiló a China (las guerras del Opio)

Por Almaciguero Mayor.


En la película El hombre que pudo reinar, de John Huston, Sean Connery y Michael Caine, dos camaradas que se dedican a contrabandear todo tipo de artilugios en la India decimonónica, deciden firmar un contrato para afrontar la aventura de sus vidas: no podrán tocar mujer ni probar gota de alcohol hasta que lleguen al reino de Kifiristán (en la actual Afganistán) y consigan hacerse los reyes del lugar. Esta visión del mundo por descubrir y conquistar es la que hizo de los ingleses una potencia colonial envidiable para el resto de países que pugnaban por el mundo, pero también contrasta con los métodos que tenían de arruinar y llenarse consecuentemente los bolsillos a costa del contribuyente de los territorios que asimilaban.

El ejemplo más claro de todo esto es la India, el país exótico por excelencia, y cómo los ingleses llegaron a controlarlo. Sin ánimo de recitar la Biblia en verso, básicamente los ingleses consiguieron dominar a los impresionables hindúes con todos sus atuendos occidentales, armas de fuego y tazas de té, lo que sirvió para que los británicos les metiesen en créditos inasumibles para sus raquíticos bolsillos y dejar el país a su merced. Por supuesto, fue de la India de donde surgió la demanda de té tan famosa que hace que nadie se imagine a un lord inglés sin monóculo y la bolsita correspondiente, mientras lee las memorias de Churchil. Así que el asunto se convirtió en algo así como un intercambio muy desfavorable, en el que los británicos adquirían té a precio de risa, y vendían sus artilugios a precio de Swarovski.

Esta demanda de té crecía constantemente y de una manera inasumible para ser satisfecha, por lo que la pérfida Albión decidió hincarle el diente al vecino más inmediato de la India, el todopoderoso gigante asiático, China. En el siglo XIX, los chinos tenían una cultura milenaria, que no había avanzado mucho en el tiempo, o por lo menos no tanto como la occidental, que a diferencia de los chinos, por sus ansias de conquistar al vecino había desarrollado un potencial militar que estos no tenían. Sin embargo, sí que eran muy conscientes de lo que les interesaba, o sea, el poderoso caballero, cosa que los británicos no tuvieron en cuenta, los subestimaron.

Porque las prácticas que hicieron con los hindúes, es decir, comprarles té y venderles para compensar el gasto baratijas occidentales que maravillaban a las culturas consideradas inferiores, no funcionaron: sólo pudieron comprarles té. Como no se podía asumir este gasto tan continuado en el tiempo sin recibir ingresos a cambio, y no podían retirarse de la compra de té, pues era muy demandado en todo el mundo lo que podría llevar fácilmente a una caída de la economía británica, decidieron inventarse una pequeña trampa que les ayudase en sus propósitos, que no fue ni más ni menos que introducir opio a través de los puertos chinos.

Esta potente droga, de la que los británicos controlaban innumerables plantaciones de sus colonias, podía hacer a Reino Unido revertir la situación, puesto que los chinos no se dejarían impresionar por trajes de gala y demás pedanterías inglesas, pero la droga es la droga, y las suculentas ganancias que pueden ir para todo aquel que quiera un trozo del pastel son demasiado irresistibles, incluso para gente tan formal como los chinos. Así, a través del puerto de Cantón empezaron a llegar barcos repletos de opio que inundaron de droga las calles de China, con el consentimiento y previo pago de las autoridades que debían impedir el desastre. Como respuesta, el gobierno chino exigió la inmediata retirada de la droga a los británicos, demanda que fue escuchada con oídos sordos, por lo que el Emperador chino decidió actuar nombrando a Lin Hse Tsu, uno de sus más fieles y preparados súbitos, como gobernador de Cantón. Lin empezó a dar quebraderos de cabeza a los británicos y los proveedores confiscando los barcos y tirando las mercancías que portaban.

Estamos en el año 1839 y la droga lleva casi 30 años entrando a China. La presencia del férreo Lin hacía ver que las tensiones que se fueron generando por el dinero que empezaron a no ganar los británicos, se viera acrecentada cuando el superintendente del comercio local, Charles Elliott, decidió en un acto de buena fe ayudar a Lin a combatir el tráfico de drogas. El problema fue que este hombre asumió que el Gobierno al que representaba estaba a favor de estas políticas cuando era mentira, y como buen Quijote se comprometió a que Inglaterra pagaría a todos los traficantes el dinero perdido cuando les fueran arrebatadas las mercancías por Lin, cosa que desde Londres no se pensó ni en broma. ¿Pagar para conseguir paz en un territorio que estás saqueando? Jamás.

Así, los comerciantes de droga que vieron como su dinero pasaba a no existir, se pusieron hechos unos basiliscos y pronunciando blasfemias en pseudoescocés, empezaron a saquear diversos establecimientos locales, luchando por sus derechos narcos. Ante esto, los chinos organizaron un bloqueo naval con su flota, lo que marcó el inicio del conflicto. Era el comienzo de la Primera Guerra del Opio. Si anteriormente los chinos habían rechazado los enseres sofisticados que les ofrecían los británicos, con un espíritu muy poco impresionable y sí pragmático, ahora iban a sentir miedo y fascinación por el poder destructivo de los bárbaros occidentales. Los barcos chinos eran juncos, con artillería muy precaria que ni siquiera tenía soportes en condiciones que les permitiera apuntar, por lo que el desastre era algo palpable: 15 barcos mercantes británicos con unos cuantos cañones por banda preparados para la ocasión permitieron desmantelar el débil bloqueo naval y que los soldados británicos conquistaran Shangai. Ésto propició la firma del Tratado de Nanking en 1842, que otorgó al Reino Unido la soberanía de Hong Kong, la apertura de algunos puertos chinos al comercio exterior, y una cuantiosa suma en concepto de indemnización por las molestias de la guerra.

En la siguiente década, ambos bandos, descontentos con los términos del tratado, siguieron a lo suyo: los británicos reclamando más tierras y apertura por su clara superioridad militar, y los chinos negándose y saboteando el tráfico de opio como buenamente podían. En 1856 la situación se volvió nuevamente insostenible, cuando la guardia costera china tomó un barco pirata según ellos, un barco inglés y legítimo según los occidentales. Tras la negativa a liberar a los prisioneros por parte de los chinos, los británicos, esta vez coaligados con los franceses, lanzaron una ofensiva naval y por tierra sobre Cantón que finalizó con la capitulación de la ciudad. En 1860 un ejército de 10000 chinos y mongoles fue aniquilado en Palikao, dejando vía libre a las ansias saqueadoras de los europeos, que tenían a tiro de piedra Pekín. No entraron en la mítica ciudad, pero sí que saquearon el Palacio de Verano y varios símbolos del esplendor chino, lo que precipitó nuevamente la firma de un tratado de paz, esta vez más desfavorable todavía para China, con el objetivo de por lo menos evitar la destrucción de su nación.

Además de nuevas indemnizaciones, el tratado incluía la apertura de nuevos puertos, la sangrante y deshonrosa legalización del comercio del opio y el permiso de emigración de mano de obra a los Estados Unidos, es decir, un cuasi tráfico de esclavos que tuvieron el inmenso honor de participar en las explotaciones mineras y construcción del mastodóntico ferrocarril de la creciente nación de las barras y estrellas. Este tremendo batacazo que se llevó China llevó a plantear que, además de que los bárbaros eran unos malnacidos más poderosos que ellos, el país necesitaba modernizarse urgentemente. Por mero instinto de supervivencia. De lo contrario, media China acabaría trabajando en los Estados Unidos como mano de obra precaria, aunque a algunos les fuera mejor, como al inolvidable Wu de esa obra maestra llamada Deadwood, que se dedica a introducir opio en el pueblo y a echar los cadáveres que deban desaparecer a los cerdos. Pero el signo de los tiempos nos está demostrando que más bien los chinos han aprendido estos últimos dos siglos, y nos van a dejar con el culo al aire. Y si no, al tiempo. Esos cerdos son demasiado premonitorios.


Referencias:
- China y la guerra del Opio, por Roberto Celaya Figueroa, Dina Ivonne Valdez y Beatriz Ochoa Silva.
- Las guerras del Opio. Cuando el gigante chino despertó de su letargo, por E.J. Rodríguez, de JotDown Contemporary Culture Magazine, número 3.

5 comentarios:

  1. Pero luego si nos encontramos con algún asiático que le tiene asco a Europa nos escandalizamos profundamente.

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  2. La verdad es que me he dado cuenta de lo ignorante que soy en estos temas, y lo importante que es saber de dónde venimos para (como bien dices en las últimas líneas) saber a donde vamos! :)

    PD. Si me hubieran explicado las cosas así en historia probablemente me hubiera presentado por ella en Selectividad ;)

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    1. Si es que la droga es (en algunos sitios) el motor de la Historia, y como tal todos deberíamos aprender de ella. (Esto es un poco raro...)

      ¡Muchas gracias!

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  3. Me ha encantado! que interesante, no tenía ni idea de como fue lo de la guerra del opio, lo has explicado estupendamente!, pobres chinos... bueno almenos les sirvió para espabilarse un poco jej estos ingleses... ¬¬

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    1. Ahora se vengarán del mundo, comprándolo. Qué desastre esto del colonialismo, que trajo el empobrecimiento de tantos por el enriquecimiento de algunos. Y así va el mundo de mal.

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