Por Almaciguero Mayor.
Dejó constancia Luis Buñuel acerca del tabaco, que aquello de echarse una copichuela en el bar, en casa, solo o en compañía, era un placer impagable, pero a condición de que como añadido tuviera su correspondiente cigarrillo, que era imposible beber sin fumar. A tanto llegaba esa indivisión de ambos placeres para don Luis (la cual comparto irremediablemente), que llegaba a identificar al tabaco con la reina inseparable de su rey el alcohol. Otros ilustres genios, como Thomas Mann, ponía en boca de sus personajes, como el Hans Castorp de La montaña mágica: "No comprendo cómo se puede vivir sin fumar... Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como, tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar... Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme". Groucho Marx respondió a su esposa cuando esta le conminó a dejar su puro: "No, pero si quieres tú y yo podemos seguir siendo amigos".
Para esta gente fumar fue durante toda su vida un signo vital, un gesto que acompañaba a cada uno de sus movimentos, una forma diferente de entender las cosas. También son individuos de otra época, de otra existencia, tan finita e intrascendente como la del común de los mortales, pero indudablemente más fascinante. Al igual que ellos, en el cine de aquellos años, del Hollywood clásico, el de Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Robert Mitchum o Cary Grant, se fumaba. Y está claro que eso del fumar un cigarro detrás de otro como forma de expresión y de actuación, responde no sólo al enganche perpetuo de sus actores, ni a exigencias artísticas de directores o guionistas, sino también al hijoputismo de las tabaqueras que pagaban a las productoras cifras exhorbitadas en ocasiones para que los protagonistas, los héroes a los que todo el mundo quería imitar, se dedicasen a expulsar el humo de su marca de cigarrillos. Para que el espectador medio, como ser humano e imitador de todas las actitudes que es, al salir del cine, vaya corriendo a consumir el tabaco de la marca de turno, de la manera en que a un ateo se le apareciese la Santísima Trinidad.
Por eso cuando a finales de siglo XX la gente se dio cuenta que los cánceres esos que se llamaban del fumar en otros tiempos, que asfixiaban a sus portadores en lo que tiene que ser de las muertes más angustiosas, de repente eran malos y había que erradicarlos de la sociedad. Así, se pasó drásticamente del héroe fumador, silencioso y trágico, al malo de la película, único fumador del lugar, que por ello debía pagar sus pecados. Es decir, el hecho de fumar se asoció al malvado, el cigarro se quitó de la boca al personaje que nos caía bien, para pasar a ser la herramienta más pura de la maldad. Ya no habría más fumadores honrados, o que simplemente fueran buena gente. Sólo, en ocasiones, personajes tremendamente atormentados y autodestructivos. Si no véase el ejemplo de un actor que lleva ya años sin deslumbrar con su arte, Edward Norton, que en muchas ocasiones ha declarado su aversión por el tabaco y lo que representa, que sólo ha fumado cuando su personaje era malo o hacía cosas malas.
Por mi parte, siempre asociaré el tabaco en el cine a los actores que más amo, a las situaciones que más me identifican, como forma de entender la vida, como espejo en el que mirarme: Scarlett Johansson y Bill Murray fumando cigarrillos y puros, respectivamente, estando juntos o en soledad, en Lost in traslation, Jack Lemmon en El apartamento mientras se pone a empinar el codo en la Nochebuena más triste, cuando sabe que nunca conseguirá a la persona amada, que siempre estará solo, el crío Léolo mientras mira con horror cómo uno de sus amigos viola a un gato en Léolo, Tony Leung en las largas pausas que hay en la vida mientras te enamoras irremediablemente en Deseando Amar, Frank, el hermano de Clemenza, fumando por última vez un puro, despidiéndose de la vida porque sabe que la traición tiene un precio, como en las legiones romanas, en El padrino II. Hablo de esto con la nostalgia propia de las cosas perdidas, como algo que no se podrá recuperar, pero en los últimos tiempos hay motivos para no perder la esperanza, todavía hay gente a la que apreciamos cuando estamos en un cine, y que fuman. Me ocurrió con el Jep Gambardella, hipnótico fumador empedernido en La gran belleza, con el fatalista y cínico Rust de True Detective, con Adèle en La vida de Adèle, con el solitario Niko en Oh boy. Son personajes con los que te pasarías horas y horas, que son uno de los nuestros.
Edward Norton!!! <3
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Estoy de acuerdo contigo en que tras el boom de las tabacaleras y su impunidad, ahora se sataniza al fumador, pero en parte creo que es por la consciencia social de lo peligroso que es fumar para la salud. Aunque se debería respetar más la libertad de cada individuo y después de estar informado, que elija cómo quiere llevar su vida ^^
My god como puede ser! Solo he visto la vida de Adele de todas las pelis que comentas al final… >.< me las apunto en filmaffinity para ver ya! :P
Muy bueno el articulo, como los que he tenido el placer de leer de Almaciguero Mayor ;))))))))